La noche de los perros mojados

La noche de los perros mojados

La primavera recién comenzaba a mostrarse, no estaba abrigado, lo que me convertía en
blanco fácil de las inclemencias del tiempo. Y yo estaba en la edad de la inconciencia.
La madrugada velaba mi existencia, eran épocas donde había un paréntesis de tranquilidad.
Dejé a mi joven pareja de cabellos dorados, en su casa. Llovía copiosamente, era una noche
para estar bajo techo, caminé sobre la vereda de césped austero hasta la esquina, el
paraguas más que darme protección, se estaba transformado en una molestia, no obstante
seguí con él.
Grande fue mi sorpresa, cuando al llegar a un pequeño puente de cemento que debía cruzar,
sobre él, irónicamnte se guarecian del agua, no de la que caía, si no de la que estaba
estancada por doquier, muchos perros vagabundos, uno cerca del otro, porque no había
techos cercanos que los protegiese.
El destino se presentaba con una tormenta despiadada, y en ese momento crucial, me dí
cuenta, que los perros tenían más temor que yo, pensé que debía cruzar por encima de ellos.
Otra de las cosas que me preocupaban era el horario del colectivo, debía llegar a la parada
en menos de veinte minutos.
Giré la cabeza, buscando alternativas, miré alrededor del puente y no había otro camino
posible, porque la opción era saltar la zanja, con bordes de barro en ambos lados. Ni
pensarlo, de saltar, como mal menor hubiera caído al piso todo embarrado de la otra orilla o
peor, caer en la zanja con un final impredecible, al evaporarse mi dilema, empecé a caminar
despacio, paso a paso, perro a perro. Despues del primero, estaba un poco más confiado,
comprendí que era más seguro hacerlo, todo parecía más fácil, logré sortear el puente y
para mi tranquilidad, sin ningún rasguño. Seguí caminando bajo la lluvia hasta encontrar la
parada del bus, en la soledad de aquella parada, donde no se animaban ni las moscas,
porque el frío hundía su puñal certero. Tanto era así que debí arrimar el centro de mi
espalda a la columna de hierro, como único reparo posible, al poco rato llegó el colectivo,
se detuvo para permitir mi ascenso.
Ya sentado, más tranquilo comencé a desandar los hechos recientes, varios sentimientos
pugnaban por ser expresados, recordé los perros mojados y sentí mucha lástima por ellos.
El frío aún calaba hondo en mi columna.
Comprendí que esa noche había sido única.
Que el destino estuvo de mi lado.
Que no se repetiría otro momento así a lo largo de toda mi existencia,
Hoy después de muchos años transcurridos, siento que nunca más padecí tanto frío como
esa noche. Si tengo que describir esa noche de mi existencia diría que fue rara, peligrosa,
sin vuelta atrás e inolvidable.



Libro: Penumbras en la oscuridad - editado por Tahiel Abril 2016

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