Sombras en la noche




Sombras en la noche


Te vi caminando en la oscuridad, de color agua marina ibas vestida.
Las pocas luces distantes reflejaban el contorno de tu cuerpo esculpido.
De pasos cortos, con andar suave y firme, como si tu destino ya estuviese prefijado.
Yo te seguía, apuré los pasos hacia el puente, para no perderte de vista, en la penumbra.
Entraste en un bar, hablaste un rato con el barman, fuiste a una mesa apartada del centro
del salón, pediste un café, retiraste la silla y te sentaste. Sacaste un papel de la cartera y te
quedaste leyéndolo.
No me atreví a entrar, así que aguardé afuera, hasta que salieras.
La impaciencia me atormentaba, las primeras gotas comenzaban a caer.
Primero lentamente y después el aguacero era tan cerrado, que no me permitía ver más
allá de unos pocos metros.
Logré guarecerme en un zaguán contiguo vacío. Estaba fresco. Había pasado un largo
rato. La tormenta amaino, pasé por el bar, pero ya no estabas.
Esta espera inconclusa, clavo una astilla profunda en mí.
Me costaba mucho encontrar el motivo o la causa que te habrían llevado hasta aquel
lugar.
Lo que si sabía, es que pronto te volvería a encontrar ahí, en el mismo lugar. Era tan sólo
una cuestión de tiempo.
Todo surgió una tarde cuando sin tener nada concreto, pasé por su casa y la vi entrando
en ella, sola, trasponiendo la puerta. Llamó mi atención no el hecho ni la hora sino, cómo
estaba vestida. En principio no conocí la ropa que tenias puesta. ¿Debería? No sé. Y eso
me llevó a pensar, que me faltaba conocerle mejor.
A estas alturas de la madrugada, me estaba preguntando, qué estaba yo haciendo allí.
Regresé a casa, me sequé, me puse cómodo, entibié una copa, me serví coñac y la agité
en círculos suavemente. Al rato sonó el teléfono, era ella, mi gran amiga, compartiendo
conmigo el devenir de su existencia.
Parece que me preocupé, más de la cuenta, pensé, ya un poco más tranquilo. Al saber que
estaba bien. Le propuse vernos, y me dijo, mejor mañana, hoy estoy agotada.
Es cierto, su voz denotaba cansancio, pero el tono disimulado de la misma la hacía
parecer normal.
Al mediodía siguiente, nos encontramos para almorzar juntos. Su mirada aún mostraba
cansancio, pero una sonrisa iluminaba su rostro.
Hablamos de todo, sin tocar para nada, esas horas de la madrugada. Comprendí entonces
que era un tema personal, que sólo le incumbía a ella. Si debía saberlo, ya me lo contaría.
En eso se había basado nuestra amistad. Al terminar el almuerzo, nuestros vasos chocaron
alegremente, deseándonos tener un buen año y muchos proyectos.
Nos despedimos con un cálido abrazo.



Libro: Penumbras en la oscuridad - editado por Tahiel Abril 2016

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