Desde el Otoño




Desde el Otoño

Gota a gota
vierte las penas
en las manos
ya ajadas por el tiempo

y sin embargo
a veces cuando camina
pareciera que el destino
cambió la arena por ripio

¡Y sí!
La diferencia
es muy cara al andar.

No le sirve enmascarar las penas
cuando el dolor replica,
éste va dejando sus huellas.

El Alma sabe de golpes ajenos
y los soporta, como sea.
Pero es muy frágil
a las indiferencias
de la propia sangre.

Cruje como madera añeja,
hasta mostrar astillas y grietas.
Se resquebraja como papel
reseco por el tiempo.

Ya las manos no pueden contener
tanta pena y las lágrimas brotan,
y arden al correr entre los dedos.

La respiración se le hace difícil,
el corazón trastabilla
en la intempestad,
las piernas se aflojan.

Abriéndose el pecho, dice en silencio
presente a Dios, aquí estoy, llévame.

Pero la respuesta es sólo el silencio,
como... si no fuera su hora.
Todo es vuelto a empezar.

Y entonces de nada valen sus gritos,
ni sus lágrimas.
El vacío no las replica.

Hunde los dedos,
extrae las vísceras
despedazadas por la indiferencia
y trata de cerrar las heridas del tiempo.

Tan sólo colocando su cabeza
en su propio regazo.
Entornando los párpados
y enciende la lumbre de la esperanza,
intentando en cada día joven,
renacer de las cenizas.

Mas,
los días pasan
las semanas vuelan
los meses caen,
en el cuerpo.
Y los años no se detienen.

Pero él no cambia
y solo agrega silencio,
a sus silencios.
Mas un día, el tiempo
consigue que olvide
el motivo de su pena.
Y entonces... ya será tarde
para ambos.
O cuéntale y no habrá esperado en vano.


Autor: Miguel Ángel Acuña Márquez – Vientoazul ©



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