El bote, el perro y el pescador



 

◇ El bote, el perro y el pescador

De aguas cristalinas y de orillas verdes, me invitabas a recorrerte y eso es precisamente lo que estaba por hacer antes de contemplar el viejo muelle y el río. Que tanto me vieron trabajar.

Dejaba el bote meciéndose en la orilla, atado junto al muelle, los bultos estaban esparcidos esperándome. Cuando lograba acomodar todo en el bote, hacía subir a Fisho, mi ovejero, y comenzábamos nuestra jornada. Salir al alba era mi costumbre, para aprovechar mejor la marea alta.

En las cercanías del antiguo atracadero, dejaba diariamente mi humilde casa, que algunos la llaman "La tapera del pescador", pero lejos de ofenderme, me pintaba como soy. Vivía de lo que me daba el río y de un pequeño retiro que me dejó mi padre.

Los años pasan y al levantar la mirada a mi alrededor, veo que solo me queda Fisho. La vida austera se había tornado costumbre. Preparé con especial cuidado la línea, los anzuelos, revisé las cañas y los reeles. Busqué la carnada, el hielo. Preparé el bote y limpié los envases de plástico. No me olvidaba casi nunca de la radio portátil.

Compraba lo necesario, algunas de mis provisiones: harina, aceite, té, mate en saquitos, pan de campo, Yerba mate con palo. Para los mates amargos. No me deberían faltar nunca. Tabaco no, porque lo dejé hace tiempo.

Si se piensan que llevo una vida tranquila, se equivocan, varias veces regresé con las manos vacías, y las tripas casi pegadas de hambre. En estos casos, me increpaba diciendo: "Tanto derroche de energía, ¿y para qué?" Otras veces pensaba: "¿Por qué no tuve otros oficios?" Pero la respuesta llegaba sola. Acompañaba a mi padre, siendo apenas un mocoso, en esta ruda tarea. Y ya ven, aquí estoy haciendo lo mismo.

Otra cosa eran los días de buen pique, traía los envases de plástico llenos. Bogas, tarariras, lisas, pejerreyes, carpas, eran algunas de las piezas cobradas, y a veces hasta algunos dorados de 1.5 a 3 kg. Y esto me permitía vender parte de la pesca a los vecinos y también lograr algo de efectivo para otras necesidades, como devoto de la Virgen de Luján, le estaba muy agradecido.

Con el transcurso del tiempo, me había quedado solo, casi sin darme cuenta. Eso hasta ahora. Pues habían pasado doce largos años, desde que lo adoptara como mascota. Al evocar su imagen, cerré mis ojos, apreté fuerte mis puños. Porque hace pocas semanas, despedí a un amigo (Fisho, mi perro). Solo el Barba sabrá por qué se lo llevó.

Hoy, miro en las cercanías, en esta noche tan fría, y solo veo a nadie a mi alrededor. Me digo siempre: "Esto es tan solo un espacio de tiempo, y como todas las cosas pasará". Sin embargo, pensé: "No me rendiré nunca, aunque no sé de dónde sacaré las fuerzas".

Con la mente serena, guardé todo en la casa. Hoy dejé mi hogar, el campo y sin mirar hacia atrás. Caminé hasta el viejo muelle que tanto me vio trabajar. Solamente con un bolso de cuero negro, me quedé tan solo un rato. Dejé el río, sabiendo que me dio todo cuanto necesitaba. Entonces caminé rumbo a la estación de micros e inicié el viaje. Siempre creyendo que afrontar nuevos desafíos es la clave para seguir adelante...

♣ Autor: Miguel Ángel Acuña Márquez - Viento azul - ©

Comentarios

Entradas más populares de este blog

El Intruso

Prólogo libro Espacios infinitos

Cavilaciones de una tarde de Noviembre