La cita

◇ La cita

Salieron de un restobar, Clara y Osvaldo se habían hablado hasta lo indecible. La música suave los dejó hilvanar mejor el diálogo.

Al salir, comenzó a lloviznar. Giraron sus cabezas buscando un taxi, y mucho antes de comenzar a inquietarse, vieron uno y lo pararon. Ella subió prontamente, pero en el momento de ascender él, el taxi, en una maniobra audaz, aceleró haciéndolo trastabillar hacia atrás, cayendo sentado sobre el pavimento. Su espíritu se detuvo, anonadado; no sabía qué hacer primero, si seguir el auto que la había secuestrado con otro auto o hacer la denuncia en la policía.

Trató de aquietar sus pensamientos, pero estaba completamente desbordado. Sus manos sostenían torpemente su cabeza gacha entre las piernas, en un lento movimiento de izquierda a derecha; estaba abatido.

Después de consultar en un kiosco cercano, a pesar de la hora, estaba abierto, para ubicar la comisaría, corrió varias cuadras hasta poder hacer la denuncia policial. Lo atendieron correctamente, pero le dio la impresión de que no creían su relato, pues no los convencían ni sus palabras ni su actitud, ya que, al hacerle la prueba de alcoholemia (esto se hizo porque él podría estar implicado en un posible incidente doloso), ésta dio positivo. Entonces trató de explicarles que había estado bebiendo con ella en un restobar, un par de copas. Osvaldo estaba muy alterado. Al pasar por delante de una puerta, vio su reflejo en el vidrio y lo que vio no lo favorecía en lo más mínimo: algo sucio, desaliñado, transpirado, despeinado.

Comenzó entonces a serenarse un poco. Pensó que un rato antes ninguno de los dos habría sospechado semejante desenlace; ella, quién sabe por lo que estaría pasando, y él, sin poder hacer nada. Él llamó a los padres de ella para avisarles, y en menos de una hora y media, ellos estaban en el destacamento policial. No sabía cómo enfrentarlos, esperaba que éstos le creyeran.

Las horas pasaban sin que tuvieran novedades ni de ella ni del taxi. El inspector a cargo le había comentado que varios episodios similares habían ocurrido, el saber esto no logró tranquilizarlo. De llegar a ser un robo, lo sabrían pronto. De todas maneras, él temía lo peor. El rostro de los padres lo confirmaba.

Su pareja tenía no más de veintiocho años; si bien habían salido en varias ocasiones, aún no se conocían demasiado bien. Menos mal que le había dado el teléfono de su casa, porque su celular no andaba bien...

Esa madrugada la pasó con ellos, en casa de éstos, con la esperanza de recibir un llamado. Fueron horas interminables.

Hasta que, a las diez de la mañana, recibieron un llamado de la policía, avisando que la habían encontrado, aparentemente bien, pero muy shockeada, que la estaban asistiendo en un hospital cercano a Zárate. La familia de Clara le pidió que los acompañara al hospital, cosa que hizo Osvaldo con gusto; él seguro no podría dormir en esas condiciones.

No tardaron demasiado en llegar. Los profesionales que la atendieron la sedaron, pues estaba muy alterada. Una vez terminados los chequeos de rutina en el hospital, la policía trasladó al papá y al muchacho a la comisaría. Y allí se efectuó el interrogatorio a Osvaldo, en forma individual, por el momento no fue muy extenso, porque el padre de ella comentó que su hija tenía buenas referencias de él. El inspector, por su parte, les dijo que durante el secuestro, por haberse resistido a que la transportaran, tenía signos de haber recibido algunos golpes; esto surgió de las pocas palabras de ella misma. Atada y con una venda, recorrió varios kilómetros hacia un lugar desconocido; iba a ser entregada a otro hombre, en una camioneta vieja. El oficial acotó: "Nosotros creemos que, aprovechando una discusión por dinero entre ellos, logró quitarse las ataduras y escapar, escondiéndose cerca del río". Para entonces, un patrullero la vio con algunos magullones y la llevó al hospital, de todas maneras, llevarla era parte del procedimiento. Les dijeron que por el momento no necesitaban nada más de ellos. Después se vería lo demás.

Ellos, casi paralizados, salieron para el hospital; ahora lo primero era llevarla a casa. Al ver el giro de la investigación, supieron días más tarde que sospechaban que no fue un secuestro más, sino que había indicios de trata de mujeres. Ambos padres se quedaron totalmente sin palabras, petrificados. Pudieron haberla perdido para siempre. Tanto el inspector como el sicólogo les aconsejaron que, por un tiempo, no debería estar sola, ya que les confirmó el inspector que fue levantada por encargo. Tenían un perfil de la mujer que los secuestradores necesitaban. El fiscal había solicitado los allanamientos para encontrar al taxi y al secuestrador.

♣ Autor: Miguel Ángel Acuña Márquez - Viento azul ©



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