Azar
Azar
Prólogo:
Las relaciones humanas tienden a amalgamarse, a estancarse, a romperse, o ignorarse, aunque pocas veces en la vida de cada uno de nosotros, Un sentimiento nos pega fuerte y entonces nos entregamos, sin límites.
Verano del '92
Una mañana Horacio, granjero de toda la vida, se levantó como todos los días, sus 42 años lo mostraban bien, vivía solo,
Luego de unos pocos mates, cargó la camioneta con lo producido en su granja y se fue al reparto. Después de entregar unos pedidos en el pueblo de una pequeña zona rural. Pasó por el próximo poblado. El cielo no acompañaba su viaje, se estaba por levantar una tormenta de aquellas. Su olor característico a ozono, dejaba ver la necesidad de parar.
Entonces, disminuyó la velocidad de la camioneta, una F100 azul, sencilla y robusta como él, se detuvo a renovar fuerzas y a cargar combustible.
Mientras eligió que comer, levantó la vista, y se dió cuenta, que alguien lo estaba mirando.
Ella, una simpática y bella mujer, de rizos de color dorado, de aspecto casi común, reparó en él. Dejando poco a poco ver su impecable sonrisa.
Para él fue tan solo un instante, y sin embargo, ese momento sirvió para marcar su existencia.
Se acercó al mostrador, pidió un café y un sánguche de miga tostado. Le pagó a la cajera, y eligió una mesa.
Mientras ella elegía unas revistas, a pocos centímetros de su sombra. Era la primera vez que estaban tan cerca.
Él escuchaba su respiración. Olía su perfume. Se sentía un tanto extraño. Como hace tiempo, pues ya lo había olvidado.
Pasaron las semanas y estas escenas se fueron repitiendo, sin mediar palabras.
Hasta que un día, en un encuentro casual, quedaron frente a frente en la puerta de la cafetería, se saludaron amistosamente. Él le abrió la puerta, la dejo pasar.
El granjero trató de calmarse. Sacó fuerzas de donde pudo. No estaba a acostumbrado a tratar con mujeres. Por lo cual su comportamiento era algo tosco. También logró pequeñas palabras de diálogos. Se sintió bien. Había logrado su primer momento de contacto. De manera natural.
Los días fueron pasando, algunas imágenes daban vuelta en su cabeza, haciéndose cada vez, mas intensas, mientras trabajaba, comía o dormía. o tan solo mateaba. poco a poco iban ganando terreno.
Luego de varios intentos fallidos, volvió al martes siguiente, aún con la esperanza de verla.
Se sentó cerca de la ventana. Llevaba varios cafés y no se cuantos cigarrillos. Sacó del morral un libro. Pero apenas pudo mantener una lectura, fueron demasiadas interrupciones.
Después de girar mil veces la cabeza hacia el camino. Reconoció su auto.
Entonces su corazón, ya no cabía en el pecho.
La aceleración del pulso, debió ser fuerte, porque tuvo que respirar profundo, para armonizar lo incontrolable.
Ella estacionó el auto. Pasó caminando cerca suyo, del otro lado del vidrio. Ella, sin saber, casi no registraba el hecho. Al entrar al salón apenas dibujo una sonrisa. Esto, para él no era poco, pero la ansiedad, había sumado demasiadas expectativas. Pobre de él. Aún debería esperar.
El granjero
Trato de entender y aceptar el destino. De por si, abrupto, desbordante, emotivo, desordenado, era todo bastante difícil. Porque estaba acostumbrado a llevar todo en orden. Y esto, le despeinaba su existencia.
A sus 42 años, llegaban a sorprenderlo estas cavilaciones, quedando impávido y sin respuestas.
Los flashes que invocaba involuntariamente, serian producto de un estado, que a veces respondían a estos encuentros ¿tan solo eran encuentros de sexo? la respuesta obvia era ‘NO’. La confusión que sentía era, producto de otra cosa.
Se estaba enamorando y eso lo estaba asustando, porque se daba cuenta que esto podría cambiarlo todo, como una consecuencia de transformarse, en una relación formal. Podría ser... Lo charló con amigos y era posible... Aunque algunos de sus amigos, estaban separados. Tampoco eran para tomar en cuenta, a pie juntillas. Pero Horacio pensaba que su propia experiencia, no le había deparado grandes trastornos. Por lo que se animó a continuar.
A veces pensaba. ¿Cómo puede ser posible ser juguete del azar? porque habían pasado varios años y ya había desistido de relacionarse con una mujer en serio.
Reflexión
Hasta antes de este episodio casual, su existencia vagaba entre el hastío, el trabajo y sus sueños.
Algunos momentos tiernos, pocas alegrías, un tanto monótonas, sin pasión.
Hasta que algo o alguien te sacude muy fuerte.
Y desde ese momento, nos queda el presente revuelto, porque ya nada, será igual.
Parece mentira, mucha gente pasa al lado nuestro, pero una, tan solo una, cautiva nuestra atención y nuestra alma.
Solo supo cuanto la amaba con el paso del tiempo. Los días pasaban y el caos lo tapaba.
Pero no supo porqué. Era tan feliz cada vez que la encontraba, pero el problema era, que no sabía cuando la volvería a ver. Esto minaba su integridad, aunque poco a poco se dejó imbuir por el destino.
Encuentros
Habían pasado apenas, cuatro semanas y salían sin tener nada formal.
Algo los impulsaba a largarse a la ruta, generando esto mucha adrenalina, sin medir consecuencias, largándolo todo. Era tan solo esperar un llamado. Si uno no lo hacia, llamaba el otro. Sin embargo nada los detenía.
Dejaban cada uno su pueblo.
Ya de regreso, se daban cuenta que la ansiedad los envolvía, haciéndolos abstraer de sus existencias diarias, esos momentos se estaban convirtiendo en gajos de felicidad. En esos encuentros, soltaban sus apetitos, hasta quedar agotados.
¿Cómo volver a sus realidades anteriores? ¡¡¡ Imposible!!!
¿Cómo retornar a su vida anterior?
No... Algo había cambiado en su interior.
Volvieron cada uno a su casa, es una manera decir.
Sólo volvieron a sus cuerpos, pero no a sus mentes.
Sólo que ese día no lo supieron.
De visita
Sara visitaba cuando podía, a una tía que llevaba varios años, luchando con su viudez.
Estaba casi siempre en su local, una mercería y algunas veces dejaba a su joven empleada y se hacia unos km para verla. Por otro lado, la sexagenaria gustaba de su compañía, de las revistas que le llevaba y ella de sus relatos. La tía, había trabajado para varias revistas y periódicos. Se había ganado el sustento, como columnista. Ahora ya retirada, publicaba cuando podía, sumando esto, a su magra jubilación.
Caminando juntos
Con el correr de las semanas, Sara tomo de buen grado, a su nuevo amigo, que poco a poco se fue ganando su confianza, las charlas transcurrían de forma amena y se alargaban con el trascurso del tiempo.
Poco a poco fueron pasando a momentos más aptos para conocerse.
Ella también gustaba de su compañía. Solo que su cercanía le cambiaba la forma de ver el día. Cuando volvía a su tienda, Lo hacia muy contenta. Estaba tan a gusto con él, que ya no se detenía en pensar, si estaba bien o no salir corriendo al primer llamado.
Aún no había comentado nada a su única amiga, por temor a que esta nueva relación no funcionara.
Introspección de Sara:
Su negocio funcionaba bien, tenia una clientela estable. A ella le gustaba lo que hacia. Pero claro, como todas las cosas que funcionan demasiado equilibradas. Era previsible, un día estalló. Una mañana se vio a si misma (separada, sin hijos, sus 40 años estaban allí). Dándose cuenta la vida chata que llevaba, y eso no le gustó, para nada. Y desde ese mismo momento se dijo que su vida debería tener un vuelco importante. Hasta ahora, año a año se había retirado sin darse cuenta de reuniones bulliciosas, no iba a bailar, tampoco le daba demasiada importancia a su libido. Se estaba abstrayendo del placer, casi sin darse cuenta. Sólo le quedaba una o dos amigas. Y a ese paso, un día estaría, sola, sin entorno. (Pensaba, que estar sola no implicaba resignar felicidad, para nada), y eso la tranquilizo un poco. Esto lo tomó como una alerta y decidió cambiar...
Encuentros al atardecer
Ya los encuentros furtivos en las cabañas, no les alcanzaban, a ninguno de los dos. Decidieron entonces, verse con asiduidad.
Combinaron entonces, hacerlo por la tarde, después que cada uno terminara sus jornadas comerciales. Buscaron un lugar cálido que los contenga. Después de andar sin un lugar predeterminado, paseando sin rumbo. Encontraron una pequeña y bien ambientada cafetería, un tanto mas privada. que donde se conocieron por primera vez.
Esta cafetería estaba integrada con una librería y apenas dividida por una arcada.
Lo cual era ideal para compartir sus hobbies, (Aunque nunca dejaron de encontrarse, en la confitería de la ruta). Ambos tenían pasión por los libros. Después de cada jornada, alternaban entre una y otra. Pasaron unas semanas.
Se los veía muy felices.
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Desde el colapso.
Era martes, Horacio y Sara, volvieron a citarse en la confitería de la ruta. Para tener una charla que Sara intuía melodramática.
Ya algo le había anticipado por teléfono, con otras palabras,
pero Ella no quería saber nada con dejar de verse. No podía entender por qué, le parecía una paradoja del destino, Justo ahora que habían encontrado juntos una razón de vida, un proyecto. No entendía la verdadera razón, porque si el necesitaba ayuda, Sara estaba dispuesta a apoyarlo en todo.
Siempre hay varias maneras de ver las cosas. Al saberse enfermo, Horacio no quiso que Ella, se aferrara más a él.
¿Por qué atarla a su destino? Hizo las cosas a su manera. Debería intentar dejarla, cuanto antes, para darle una mejor oportunidad de vida. Además, creía que cuanto más rápido, resolviera esto, sería lo mejor.
Por lo cual Horacio pensaba, que esta sería una de sus últimas citas.
Esto los llevó a una discusión de la cual ambos sufrieron mucha tristeza.
Epílogo l
Ese martes, Sebastián, el mozo, asistió involuntariamente a una jornada de la cual no le gustó ser testigo.
Máximo porque él había tomado siempre esta historia de la pareja, con simpatía.
Así que no se esperaba este desenlace. Los vio conversar nerviosos. También los vio marcharse, aunque por primera vez, se fueron por separados. Además, que no sabía los motivos, solamente podía intuir el mal momento.
Recordó entonces, que a principios de ese Verano, hacía semanas que presenciaba desde su cabal y necesario silencio de camarero buen profesional, cómo se sucedían los encuentros entre aquellos dos clientes que sin saber por qué razón, habían elegido su pequeño bar de carretera como punto de encuentro. Sebastián bajó la persiana metálica que protegía la entrada de su negocio y se montó en su furgoneta camino a casa. Los pensamientos se unían a las emociones como lapas a las piedras limpias en el rompeolas, así solía sentirse como un rompeolas, donde toda el agua del mar impactaba para marcharse de nuevo con la misma corriente inversa, esa es la vida del camarero, testigo siempre y jamás actor de cuento entre las mesas se sucedía.
Hacía casi dos décadas que regentaba aquella cafetería en mitad de ninguna parte, y era un excelente camarero que había logrado ganarse por su afabilidad, y como no, junto al mejor pastel de chocolate de la región, la suficiente clientela para mantener aquel negocio que daba de comer a sus dos amadísimos hijos. No era eso lo que decía su expediente académico, no, en ninguna parte decía que era un buen camarero, solo quedaba rastro de su prometedora carrera como ingeniero de sistemas en los primeros cursos allí calificados…
Aun retumbaba el eco de la voz de aquel granjero en su cabeza cuando aparcó en la puerta de su casa, buscaba con cierto anhelo las llaves para entrar cuanto antes, con aquella sempiterna sensación de que no había mal interminable o problema que no dejara de serlo junto a ella, seguramente a aquella hora de la noche estaría como siempre, esperándolo en el sofá de la sala, con su eficiente sonrisa, con un mate recién preparado pues nadie como ella conocía sus horarios tanto como sus gustos. Se detuvo un instante antes de entrar en casa, quería dejar fuera aquel malestar que le producía el recuerdo de una lágrima, atravesada en los ojos de un hombre que acababa de dejar de serlo, solo por miedo, o por comodidad, o por estupidez, o vaya usted a saber por qué lo hizo, pero aquella primera lágrima que atravesó sus ojos era el signo irrevocable de que lloraría por aquello el resto de su vida.
Mientras la brisa en el porche le avisaba de la hora tardía en la que aun seguía fuera de su hogar, recordó nítidamente la tarde de verano en la que él se encontró en el mismo lugar, su atuendo no era el de un granjero sino el de un prometedor estudiante, un joven de buena familia y buen credo, con tanto futuro por delante como pudiera llenar de sueños. Un joven que en mitad de su carrera fue a enamorarse de una desconocida que casi arroya con su bicicleta una mañana. Una mujer once años mayor que él, esposa y víctima al mismo tiempo de uno de eses seres tan deleznables como numerosos en nuestro mundo, uno de esos delincuentes que, tristemente comprobado, nunca dan con sus huesos donde merecen, un corrupto adinerado que hacía las veces de verdugo con los más débiles en su hogar, al menos eso creía el susodicho…
Enamorarse de Julia fue sin duda una de las cosas más extrañas que le ocurrieron jamás, aún hoy día se preguntaba qué habría sido de su vida de no haberse topado con ella en aquel semáforo… ninguna de las posibles alternativas le gustaba, ni siquiera a nivel contemplativo. Pero sin embargo, a raíz de la escena que había presenciado en la cafetería, se vinieron solos cada uno de los miedos, cada una de las preguntas, todos y cada uno de los razonamientos que se hizo, el dolor que causó a su familia cuando les comunicó que abandonaba los estudios y la ciudad por una desconocida, el caos de los primeros tiempos hasta que encontraron aquel lugar donde nunca serían alcanzados por la negra mano de aquel desgraciado…
Un chirrido familiar lo rescató de sus recuerdos, detrás de él, la voz de Julia evidenciaba su preocupación…
-Mi amor… estaba francamente preocupada, ¿qué haces ahí fuera?
-Y Adriana y Julián… ¿dónde están?
-Ya sabes, a estas horas están durmiendo, pero.. qué es lo que te pasa…
-Julia- dijo a su esposa mientras se acercaba para pasar sus brazos alrededor de su cuello- ¿recuerdas cómo terminamos aquí? ¿Recuerdas cómo fue todo? ¿Cómo se sucedió una casualidad con otra?...
- Esto... sí mi amor pero no entiendo…
-Pues me alegro tanto, tanto amor mío… hoy he visto a dos personas despedirse de su destino…
-Mejor pasa, el mate está caliente todavía… no sé qué te ha pasado, pero mañana lo verás de otro modo… anda, entra en casa…
En la percha de madera junto a la puerta, su chaqueta, como siempre, colgaba en absoluta sumisión expectante, de nuevo por la mañana él la rescataría de allí, un día más, como todos, un día más en el que felicitarse, camino de su humilde cafetería, por haber sabido subirse al tren a tiempo, por haber cambiado su ruta, pues el azar la trajo a ella, y con ella llegó la vida… un día más.
...
Epílogo II
Mientras él descansaba, vinieron a su mente, varios recuerdos: estaba transitando por los mejores momentos, en su compañía. Pensó ¿Cómo le digo, que no estoy nada bien? Aunque su salud, no era la mejor. Le dió sed y se levantó,
Caminó hacia la heladera, busco el agua mineral y se sirvió un vaso, poco después se acostó, de a poco se quedó dormido.
Esa noche, Horacio no recobró la conciencia, cosas de esta vida...
No hubo abrazos ni adiós.
De tantos planes que hicieron, sólo quedó un recuerdo en su mente.
A Sara, le llamó la policía, porque él tenía entre sus documentos, una foto y junto a ella su teléfono.
Al enterarse voló literalmente hasta la pequeña sala de primeros auxilios del pueblo.
Sólo le preguntaron si conocía a un tal Horacio Paredes, con una angustia tremenda asintió y le comunicaron que había fallecido, en forma abrupta.
Luego de hablar con el médico, este le dijo que había cursado un infarto y que a raíz de eso falleció.
Sus oídos se cerraron, sus labios se secaron. Sus palabras quedaron ausentes.
No lo podía asimilar. Eso no era posible, no estaba pasando. Hace apenas unas horas estaban juntos, embriagados de felicidad. Las piernas le temblaron.
La confusión en su mente era tal, que no podía hilvanar ningún pensamiento.
Sólo rompió en un profundo llanto.
Su interior espiritual estaba desbastado.
(Con el correr de las horas, su amiga fue avisada por la empleada de la tienda.
Apenas se enteró acudió lo antes posible. Pero lamentablemente poco podía hacer, solo contenerla, pues las cartas estaban echadas. Aunque le sorprendió mucho la noticia.
A partir de ese momento trato de fortificar el vínculo)
Sara con el tiempo se dió cuenta, que vivieron tan acelerado, habían pasado juntos, los mejores meses de toda su vida.
Ya siendo muy anciana, cada vez que lo recordaba, sonreía.
No sin antes, dejar caer una lágrima.
...
FIN
Idea original: M. Á. Acuña Márquez (Vientoazul) ©
Poeta invitada: Carmen Soriano López ©
Co-autores: Miguel Ángel Acuña Márquez y Carmen Soriano López
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