La carta

La carta

Prólogo:

Un hombre enamorado toma conciencia de su amor perdido.
No soporta el peso de su dolor y se entrega a un destino desconocido, que le es esquivo.

l) La carta.

Doblo los espacios y acorto distancias, entonces quiero creer que tú estarás allí, a mi
alcance.
Pero extiendo las manos, estiro los dedos y aún así, mis yemas no te tocan.
Comprendí entonces, que hoy tú sólo habitas en mi mente. Que lo nuestro fue sólo una
ilusión.
Menudo trabajo me queda por delante.
Hacer lo que ningún enamorado desearía siquiera imaginar. Olvidarte.
Deberé llevar todo al arcón de los olvidos:
El recuerdo de tu carne y tu espíritu,
Todos los besos de pétalos.
Tus sueños etéreos.
Tus palabras envolventes.
Tus caricias de algodones.
Todo, todo, todo.
Me ahogo, de tan sólo pensarlo.
¡Dios, dame fuerzas!
Como hacerlo si los recuerdos afloran por doquier.
No hay espacio alguno, que los pueda contener y entonces caigo en la cuenta, que
cuando creía haber terminado todo, seguro no habré guardado:
Tus aromas delicados.
Tus miradas profundas, cálidas.
Tus suaves murmullos.
El deslizar de tu ropa, al caer.
Tu caminar.
El roce de tu cabello, sobre mi hombro.
Aún así, creí haberlo hecho. Y ya creyendo haber concluido tamaña tarea.
Me viene a la mente el zig zag del viento trayendo tu nombre.
Comprendí en aquel momento, que no tendría lugar para guardar el viento.
Entonces, sólo me asomé al vacío y me dejé caer...

II) La sala blanca y el anciano.

Me recibe en una sala inmensa, inmaculada de blanco profundo.
Como únicos muebles un escritorio blanco, una gran silla reclinable blanca.
Además sobre el pupitre: un tintero y una pluma y unas hojas de papel.
Me recibe un anciano de larga y rizada barba blanca.
De túnica blanca, larga, tapando hasta sus pies.
Su cabello extremadamente largo, yacía sujetado, solo por un cordel.
Extendió su mano abierta, ligeramente con las palmas hacia arriba,
y en un amplio ademán, de arriba hacia abajo y de izquierda a derecha.
Invitándome a escribir y a justificar.
¿Por qué estaba allí?
Sin siquiera, pensar en negarme,
Entonces, comencé a escribir, ésta, mi última carta.

III) La entrega

Una vez concluida, le entregué la carta al anciano, con más dudas que antes, sin saber
que pasaría después.
Y no pudiendo hacer pregunta alguna.
Sólo me invitó a permanecer sentado, callado y se retiró lentamente.

IV) El retorno

Me sentí flotando en un laberinto, no sabía decir si en realidad estaba soñando.
Tampoco podía afirmar si mi cuerpo estaba conmigo.
Sólo pensaba, las imágenes fluían, salía de un letargo profundo.
Estaba mirándome a mí mismo, tendido en la cama de un hospital, reponiéndome.
Después de eso, no recordé más nada.
Cuando amaneció (sin saberlo siquiera) mi hora, aún no había llegado.
Solo en el cuarto, esperé el amanecer con una sonrisa.
Tenía la oportunidad de creer de nuevo en mí.

FIN



Libro: Penumbras en la oscuridad - editado por Tahiel Abril 2016

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